LOS INESCRUTABLES CAMINOS DE LA FUERZA: CAPÍTULO 4 «LA DUALIDAD»

Hola a todos amigos de esta galaxia muy lejana. Hoy como prometimos,
volvemos con el cuarto capítulo de la serie “Los inescrutables caminos de la Fuerza”, de nuestro amigo David Quesada, titulado «La Dualidad». Después del anterior y trepidante episodio, hoy continuamos averiguando más del destino  de nuestro joven amigo Sylas.

Para los que os perdisteis el primer episodio, pincha aquí. 

Sobre el autor: David Quesada es aparte de gran aficionado a Star Wars, coreógrafo de esgrima medieval, cosplayer del lado oscuro,y ha escrito
«Crónicas de Goriem: Legado de sangre», «Pandemia A.V». y
«La pluma de los sueños» entre otras. Traerá más aventuras basadas en
nuestra saga favorita, si queréis mandarle alguna pregunta, comenta este post o
puedes enviarle un mail.

CAPITULO

IV

La Dualidad
            Sylas se concentraba en una gran
roca cerca de las cascadas gemelas. Con sosegado control estiró los brazos y
lentamente emitió un creciente flujo de electricidad. Era importante, muy
importante la precisión. Tras ser adoctrinado en el lado oscuro aprendió que los
sentimientos desmedidos dotaban al usuario de la Fuerza de un gran potencial,
pero descontrolado. Equilibrar las sensaciones, evaluar el flujo, adaptarlo,
moldearlo y transformarlo en la energía según las necesidades era un trabajo
complicado, pues el lado oscuro era un portento de caos pero, no obstante, sus
conocimientos en el lado luminoso le estaban siendo la herramienta ideal para
domar a la oscuridad. Así era cómo estaba reeducando sus conocimientos Sith.

            —Un
año y medio y todavía te escapas y te escondes para seguir practicando las
artes oscuras de la Fuerza.

Sylas
detuvo bruscamente el ejercicio, dándose la vuelta al reconocer la voz de su
padre. El corazón le latía agitadamente. Adaresc salió de entre la espesura,
con la capucha echada y los brazos sobre su regazo, arropados ambos por las
mangas largas de su toga marrón.

            —¡Padre!
Yo… yo…

            ¿De verdad pensabas que estabas engañándome? Las dos primeras veces que
me informaste de que salías de la escuela para meditar en la espesura te creí.
Pero, hijo mío
—Adaresc llegó hasta Sylas y con suma tranquilidad alcanzó
el brazo derecho de éste, le dio la vuelta observando las acentuadas venas
moradas que lo recorrían—, las marcas en
tu cuerpo, la corrupción en la Fuerza que fluye a través de ti y tu carácter
aún alterado me dieron suficientes indicios como para darme cuenta de que no
estabas abandonando el lado oscuro.

            Padre, estoy domando el lado oscuro de la Fuerza —Sylas se zafó del
suave agarre de su padre, recogió su bastón laser y lo cargó a su espalda.
Suspiró angustiado y miró a los ojos de su padre, suplicándole así comprensión—. Me negaste el poder experimentar y educar
los conocimientos que me enseñó Gárgatus y lo entiendo, una escuela Jedi debe
enseñar el lado puro de la Fuerza a sus novatos, llevan años contigo y les
podríamos confundir pero…

            ¡Basta! —solicitó Adaresc alzando la mano, con tono rotundo—Esta conversación ya la tuvimos, y veo que
no has aprendido nada desde entonces. Si no estás dispuesto a abandonar el lado
oscuro de la Fuerza, tarde o temprano ésta acabará por consumirte.

            ¡Ahí estás equivocado! —exclamó abriendo exasperado los brazos,
acercándose impetuoso hasta su padre—.
Las doctrinas y prácticas propias del lado luminoso de la Fuerza equilibran mi
conciencia, la facultad de saber discernir entre el bien y el mal y actuar en
consecuencia. No es fácil, pero se puede, padre
—Sylas, tras realizar
varios gestos con las manos para explicarse, posó sus manos sobre los hombros
de Adaresc. Los ojos de su padre reflejaban una inflexible posición y un atisbo
de decepción—. Lord Gárgatus volverá y
cuando lo haga nada tendrá que hacer si domino la luz y la oscuridad de la
Fuerza.

            ¿¡Pero acaso te estás escuchando!? —apartó  las manos de su hijo, caminando de un lado al
otro, lanzándole miradas de reproche temiendo cada vez más que Sylas no
cedería—. Sylas tienes que renunciar al
lado oscuro, no te lo estoy pidiendo, te lo estoy exigiendo.

            Las antiguas escrituras hablaban de caballeros Jedis que cayeron en el
lado oscuro y salieron reforzados, padre
—expresó afligido Sylas, impotente
y temeroso pues su padre, la persona que más quería en el mundo no quería
escucharle—. ¿No son nuestra mayor
doctrina? ¿Acaso Luke Skywalker estaba equivocado cuando él mismo fue uno de
los pocos que encontró un equilibrio en la Fuerza?

            ¡Ahora te comparas con una leyenda! —Adaresc abrió los brazos
exaltado, indignado por la absurda compartativa—. Es el lado oscuro
el que habla, te nubla el juicio y no atiende a razones, Sylas, ¿no te das
cuenta? Luke Skywalker jamás usó las más oscuras herramientas del lado oscuro,
volvió al lado puro de la Fuerza, Sylas. ¡Atiéndeme y abre los ojos de una vez!

            Él no supo ver la dualidad, padre. Yo sí —Sylas tragó saliva, el
corazón cada vez le latía más rápido, el miedo se estaba adueñando de él, pero
necesitaba mantenerse lo más tranquilo posible, de lo contrario la riña no
acabaría bien—, y no digo que sea fácil
de manejar por igual oscuridad y luz, pero con tu ayuda podemos marcar un hito
en el estudio de la Fuerza y hacer más grandes a los caballeros Jedi.

            No voy a escuchar más locuras —Adaresc se puso frente a su hijo,
adoptó un semblante severo—. Abandona el
lado oscuro o abandona la escuela Jedi
—conminó en un tono yerto que no
dejaba posibilidad de respuesta.

Sylas
miró fijamente a su padre, luego al suelo y al cielo. Se quedó bloqueado ante
la cortante decisión de éste, las lágrimas estaban asomando por sus ojos
mientras su corazón y respiración se aceleraban 
más por momentos. La ira empezaba a asomar junto con una creciente
sensación de calor.

            —¿Renuncias
a tu propia sangre
—afirmó lentamente, arrastrando las palabras con rabia—, a tu propio hijo por tus arcaicas y
rígidas creencias?

            Renuncio al lado oscuro, es mi hijo quien no quiere permanecer a mi
lado
—respondió Adaresc intentando mantener la compostura, sin mostrar
cuanto le estaba doliendo su decisión—,
por no sacrificar el poder que éste le otorga
.

            —¿sacrificio?
—preguntó indignado dedicando una mirada de furia a Adaresc— ¿de verdad, padre? ¿No he sacrificado
suficiente? Entregué mi vida a un maldito Sith por salvar la vuestra y la de
mis compañeros…
—dijo con movimientos violentos, atravesándole con la
mirada— ¿y así es como pagas mi
sacrificio, marginándome?

Adaresc
no respondió, se dio la vuelta y  comenzó
a alejarse de Sylas.

            —No
tienes nada más que decirme, ¿eso es lo que me estás dando a entender?

            Nada más —afirmó Adaresc deteniéndose, tragando saliva con
dificultad—. Tu codicia, o tu padre y
maestro. Está en tu mano.

            ¡¿Mi codicia?! ¡Estúpido majadero! —estalló Sylas, la palidez de su
cara se hizo mayor y un tenue brillo rojizo restallaba en sus ojos azules—. Todo esto lo hago por ti y por tu  maldita escuela, por la Orden, por… porque te
quiero y nada es suficiente para protegerte… ¿mi amor es codicia? ¡Mírame! 
—las manos de Sylas restallaban
electricidad a cada aspaviento que realizaba—¡Respóndeme maldita sea!

            Mírate —dijo Adaresc sin darse la vuelta, cerrando los ojos—. El lado oscuro recorre todo tu cuerpo, no
preciso verlo con mis ojos, no preciso darme la vuelta para ver lo que antes
era mi hijo, porque no es mi hijo el que habla, sino una sombra de él.

            ¡Que ciego estás! ¡Oh no, padre! —Sylas saltó dando una voltereta
en el aire para quedar frente a Adaresc—
abre los ojos y mírame bien
—cogió la cara de su padre con ambas manos
obligando a este a abrir los ojos —, soy
yo quien te habla, tu hijo. Mi carácter se ha visto truncado pues no puede ser
igual usando oscuridad y luz que sólo la luz
—al Adaresc intentar zafarse
Sylas lo cogió por la pechera, tirando de él dejando su nariz casi tocando con
la de su padre—, pero sigo siendo el
mismo que hace dos años prefirió entregarse a dejar que te mataran… y volvería
a hacerlo… ¿te acuerdas lo que dije antes de partir?

            Sylas, es tuya la decisión —Adaresc usó la Fuerza empujando a su
hijo, separándolo de él. El comportamiento de Sylas era cada vez más violento
por lo que se preparó para alcanzar el sable láser de ser necesario—, tus intentos de manipularme bajo una burda
treta sentimental no va a afectarme
—afirmó Adaresc procurando disimular el
dolor que le ocasionaba la situación. Deseaba implorar a su hijo que cambiase
de padecer, que le quería, pero era una batalla perdida contra el lado oscuro
que lo embriagaba.

            —¿Te
acuerdas o también lo has olvidado?
—insistió Sylas levantándose.

            Tú ya no eres mi hijo —respondió Adaresc con profundo pesar—. Eres un caballero caído.

Sylas,
desencajado apretó los puños. Pequeñas chispas crepitaban alrededor de su
cuerpo.

            —“Siempre
te llevaré en mi corazón. Tus enseñanzas y valores
—comenzó a recitar Sylas
con la voz truncada—. No hay nada que
pueda mostrarme para que me haga olvidar eso. Todo lo que intente enseñarme lo
volveré en su contra”.
—Las lágrimas se deslizaban por las mejillas de
Sylas mirando dolido a su padre—. No es
el lado oscuro el que te habla, no es una sombra de tu hijo el que te habla,
sino es Sylas, con el corazón hecho añicos pues yo no he roto mi promesa y tú…
y tú me expulsas, repudias de mí. ¡incluso estás preparado para alcanzar tu
arma! ¿qué clase de padre eres? ¿acaso toda tu devoción es para y por la Orden
Jedi?

            No voy a tolerarte que pisotees de esa manera mis sentimientos hacia ti
—respondió efusivo Adaresc sintiéndose insultado, pero pronto se percató de
que estaba entrando en el juego, siendo arrastrado por el lado oscuro—. Puedes quedarte en el planeta —dijo
Adaresc conteniendo la aflicción, manteniendo la calma y relajando su postura—. Pero hasta que no abandones el lado oscuro
nunca más serás bienvenido a mi escuela
—concluyó esperando que su hijo se
retractara, que lo pensara mejor.

            ¡Muy bien! ¡Así sea padre! —Exclamó desgallitándose Sylas—¡No me quieres a tu lado! ¡Ha quedado bien
claro!
—una creciente ola de electricidad comenzó a rodear su cuerpo— ¡Te juro que sólo volverás a verme si el
despreciable de Gárgatus atenta contra tu vida! ¡Te lo juro! ¡Porque aún siendo
despreciado yo mantendré mi palabra! ¡¿me oyes?!
—exclamó casi sin aliento
sin ser consciente de que todo su cuerpo estaba imbuido en luz— ¡Y mientras… mientras… ¡Me perderé en el
rincón más inhóspito de este puñetero planeta!

El
cuerpo de Sylas fue abrazado por un enorme torrente de energía que en un
segundo implosionó haciéndole desaparecer. Adaresc no salía de su asombro. Al
principio temió que su hijo hubiese muerto devorado por un torrente de energía
movido por el lado oscuro pero, al sentir su presencia aún en el planeta supo
que lo que había pasado era otra cosa.

            —No
conozco precedentes de un poder tal… se ha teleportado… Oh, hijo mío, el poder
de la Fuerza es… es…
—Adaresc cayó de rodillas—… es todo culpa mía, no debí dejarte ir con Gárgatus. Todo ese
potencial ahora será fagocitado por el lado oscuro. Tengo que avisar a la Orden
—Adaresc acarició el césped chamuscado donde poco antes estuvo su hijo de
pie, no pudo reprimir las lágrimas, sintiendo que había fracasado como padre y
como maestro—. Sylas, perdóname por
haberte fallado, espero que algún día te percates por ti mismo de tu gran error
y vuelvas a mí, hijo mío. Llegados a este punto, yo no puedo hacer más por ti y
juro por mi vida que lo daría todo por librarte del mal que te acosa.

            Su cuerpo temblaba, no sabía si por
lo alterado que estaba o por lo que había ocurrido. Sylas miró a su alrededor;
era un cráter, lo reconocía de haberlo divisado desde la lanzadera cuando llegó
a Caamas. Aturdido y sorprendido por igual se puso en pie. El poder de la
Fuerza lo alejó de quien le estaba dañando, enseñándole un don como nunca antes
hubiese imaginado. La sorprendente e innovadora habilidad quedaba mermada por
el dolor que le suponía el que su padre no quisiera comprender, pero aquello
era la prueba de que usar luz y oscuridad por igual dotaba a su portador de un
control de la Fuerza superior.

            —¿Cómo
ha podido?
—se preguntó en voz baja rompiendo a llorar desconsoladamente,
apoyándose sobre una gran roca— No lo
entiendo… no entiendo nada. ¿Tan complicado es de comprender que la Fuerza es
mayor usando sus dos vertientes? ¡Estúpidos Jedis! ¡Estúpidos Siths!

Sylas
descargó una ola de tormento contra
un frondoso árbol partiéndolo en dos. Era tanta la angustia, el dolor que sólo
usando el lado oscuro era capaz de liberarlo. “Todo forma parte de una prueba” pensó procurando darle un sentido
a lo ocurrido. “Jedis y Sith nunca
conseguirán la plenitud de la Fuerza”
continuó musitando.

            —Gárgatus
—siseó golpeando con el puño la piedra sobre la que se encontraba—. Volverás. Sé que volverás y demostraré a
mi padre lo equivocado que estáis ambos. Te destruiré y verá cual es el camino;
la senda de la dualidad.

Haciendo
uso de  un manto de determinación
consiguió menguar levemente la aflicción y caminó buscando la senda que le
llevase hasta la lanzadera con la que llegó a Caamas un año y medio atrás.
Carecía de tiempo, desconocía de cúanto disponía para  entrenar antes del día señalado, pero estaba
convencido de que antes de que el Lord Sith los encontrara, él tendría su
propio séquito, sus alumnos de la Fuerza cuyo conocimiento y comprensión fuesen
más abiertos que los de la elección de un solo camino.
Continuará…

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